28 marzo 2006

LOVEsén


Lovesén amí, amí, mujer
All you need is lovesén.
Lobémonos en mordisco húmedo,
trilcémonos en espuma de cadera con cadera
y me llevo dos.
Altitudémonos en cimas, quimeras, abrazos.
Tejidámonos en la luz sábana de esta noche.
Lovesén amí, amí amada
Petalicémonos cayendo hacia nosotros
cada día, cada muerte tras separarnos.
¡Troyémonos, anacreontémonos¡
Aortémonos en ríos de sangre y lava cuerpo.
Lovesén amí, amí, atí atí.
Dejémonos de heraldonegrizarte
en tu rincónsótano, en mi patibulocura.
Cuerpo vivo sílaba mordida carne
Lovesén atí, atí, amí, ami, amada.
Amandonosómos el sertívoro y la maleducanda.
Lovesén, all you need is lovesén.
Lobémonos.
Atí, anostuyó, anosmitú.
Te querrémonos siempre.
Te querrémonos siempre.
Voluptuosita amorosa/ surcorazón.
Me querrémonos hoy.
Me querémonos hoy.
Lobémonos, lobémonos.
Lovesén, lovesén.
Lobémonos aún más.
Aún más.

23 marzo 2006

UPRAISING

Renacer. De las cenizas, de los ceniceros, de los mecheros, de los paragueros, de los agoreros y de las agoreras hogueras. Renacer. De la fiebres, las fiambreras, los fiambres, los miñambres, trasplantes yo que sé...
que qué malito tao joé
bezos

13 marzo 2006

MELGAREJO Y JUSID EN CÁDIZ (por fin)

S U B D E S A R S U R
m ú s i c a & p o e s í a
Esteban Jusid
(Guitarra y texturas sonoras)
y
Luis Melgarejo
(Textos, asfixia y pezuñas)

MAÑANA
MARTES 14 DE MARZO
20:30 HORAS
SALA CENTRAL LECHERA
Plaza de Argüelles, s/n
CÁDIZ

y

MIÉRCOLES 15 DE MARZO
21 HORAS
TEATRO MODERNO
Calle Nueva, 20
CHICLANA DE LA FRONTERA
(Cádiz)


(Pues que casi que me queda mejor ir a Chiclana, Luisa. Nos veremos)

10 marzo 2006

Jeanne (Revisited- homenaje)


Ella es cóncava, con beso,
convexa conmigo, conversa
de verso, cava la nada
y convida a la vida.
Ella suscita citas,
excita citando a los escitas,
no confunde las fundas de las fondas.
Ella conjunta el disjunto, el disgusto,
conjuga el jugo, jura que voy en el convoy
siendo consorte con suerte de los sueltos.
Ella concierta, acierta,
contrasta los trastos,
convicta de la vista, de lo visto.
Ella es un consulado a tu lado.
Ella conviene que venga.
Ella concluye: que fluye.
Ella es un consulado a tu lado.
Ella concluye: qué ilusión.

02 marzo 2006

Cómo se salvó Wang-Fô



El anciano pintor Wang-Fô y su discípulo Ling erraban por los caminos del reino de Han.
Avanzaban lentamente, pues Wang-Fô se detenía durante la noche a contemplar los astros y durante el día a mirar las libélulas. No iban muy cargados, ya que Wang-Fô amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas, y ningún objeto del mundo le parecía digno de ser adquirido a no ser pinceles, tarros de laca y rollos de seda o de papel de arroz. Eran pobres, pues Wang-Fô trocaba sus pinturas por una ración de mijo y despreciaba las monedas de plata. Su discípulo Ling, doblándose bajo el peso de un saco lleno de bocetos, encorvaba respetuosamente la espalda como si llevara encima la bóveda celeste, ya que aquel saco, a los ojos de Ling, estaba lleno de montañas cubiertas de nieve, de ríos en primavera y del rostro de la luna de verano.
Ling no había nacido para correr los caminos al lado de un anciano que se apoderaba de la aurora y apresaba el crepúsculo. Su padre era cambista de oro; su madre era la hija única de un comerciante de jade, que le había legado sus bienes maldiciéndola por no ser un hijo. Ling había crecido en una casa donde la riqueza abolía las inseguridades. Aquella existencia, cuidadosamente resguardada, lo había vuelto tímido: tenía miedo de los insectos, de la tormenta y del rostro de los muertos. Cuando cumplió quince años, su padre le escogió una esposa, y la eligió muy bella, pues la idea de la felicidad que proporcionaba a su hijo lo consolaba de haber llegado a la edad en que la noche sólo sirve para dormir. La esposa de Ling era frágil como un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las lágrimas. Después de la boda, los padres de Ling llevaron su discreción hasta el punto de morirse, y su hijo se quedó solo en su casa pintada de cinabrio, en compañía de su joven esposa, que sonreía sin cesar, y de un ciruelo que daba flores rosas cada primavera. Ling amó a aquella mujer de corazón límpido igual que se ama a un espejo que no se empaña nunca, o a un talismán que siempre nos protege. Acudía a las casas de té para seguir la moda, y favorecía moderadamente a bailarinas y acróbatas. Una noche, en una taberna, tuvo por compañero de mesa a Wang-Fô. El anciano había bebido, para ponerse en un estado que le permitiera pintar con realismo a un borracho; su cabeza se inclinaba hacia un lado, como si se esforzara por medir la distancia que separaba su mano de la taza. El alcohol de arroz desataba la lengua de aquel artesano taciturno, y aquella noche, Wang hablaba como si el silencio fuera una pared y las palabras unos colores destinados a embadurnarla. Gracias a él, Ling conoció la belleza que reflejaban las caras de los bebedores, difuminadas por el humo de las bebidas calientes, el esplendor tostado de las carnes lamidas de una forma desigual por los lengüetazos del fuego, y el exquisito color de rosa de las manchas de vino esparcidas por los manteles como pétalos marchitos. Una ráfaga de viento abrió la ventana; el aguacero penetró en la habitación. Wang-Fô se agachó para que Ling admirase la lívida veta del rayo y Ling, maravillado, dejó de tener miedo a las tormentas.

Margueritte Yourcenar, Cuentos Orientales.